Aquella tarde mi testosterona iba in-crescendo al pensar que te vería. Conduje hasta aquel sitio andrajoso y maloliente en el que habíamos quedado
Tu tan hermosa esperabas en la barra.
Tu silueta al trasluz de aquel burdo e inoportuno biombo me extasiaba. Iba tan empalmado que fue mejor quitarme la chaqueta y atármela a la cintura en un intento de disimular aquello tan bestia que quería asomar
Al fin me puse sentado junto a ti y, sin ni siquiera haber trascurrido ni una milésima de segundo, el rabillo de mi ojo derecho divisaron unos senos turgentes y bien colocados, proporcionados pero con mesura.
Fue como un flash, y su clímax lo tuvo cuando mi cerebro ordenó a mis ojos mirar un poquito más hacia arriba, justo entre tu preciosa boca y tú tensar frente: tus poderosos y cautivadores ojazos verde.
Pero verdes, verdes. Ni los prados de Galicia, ni el mar del Caribe. Un verde explosivo.
Me hicieron estremecer, me fundieron en un dejavu.
Eras tu, mi primer amor. La chica con la pasé mi difícil pubertad y mi nauseabunda preadolescencia
Dejamos de vernos un buen día, cuando el siglo cambiaba y entrábamos en un nuevo milenio. Y nuestros caminos se volvieron a encontrar en aquel puto motel de carretera. Tú servías copas, yo las tomaba queriendo deshacerme de aquella monstruosa chica con la que tenía la cita. No fue casualidad acaso? Te parece justo vernos este asqueroso día.
Mis ojos no daban lugar a dudas, la desesperación era el color de mis ojos ensangrentados. Me moría por volver a ver esa piel lisa, tersa y blanquecina. Se me paraba el corazón al no recordar claramente la textura de tus pezones. Se me encogía el escroto por sentir tu peludita vagina.
Pero todos mis efímeros sueños, a la par que desconcertantes, se fueron al traste: tuvo que aparecer…Era él, inconfundible. Su tatuaje en el brazo me lo confirmó.
El «Rocco» si, si. El mismo que me amargó parte de mi cruda infancia. El mismo que en 6ª de EGB ridiculizó a todos los niños con su miembro de 24 cm.
Y terminé de morir cuando puede percatarme de que se besaban. Era, o al menos lo parecían, un matrimonio feliz.
No hubo más remedio: con la fea pasé la noche.
Por cierto, he de confirmar que no es una falacia: las feas follan mejor.